En Frades a 28 de junio de 2020
Carta para mi paisano Gabriel y Galán.
Admirado José María:
Te escribo esta carta para contarte algunas cosas de nuestro pueblo, de tu querido pueblo.
Precisamente este fin de semana deberíamos estar celebrando un magno acontecimiento, porque magno es el Ciento Cincuenta Aniversario de tu nacimiento, 28 de Junio de 1870, pero una horrible pandemia, toda ella a nivel mundial, nos ha obligado a posponer momentáneamente los actos que el Ayuntamiento había programado para honrar tu memoria.
Sabes Josemari, porque el posible que en tu casa o tu amigos así te llamasen, o tal vez Chema, como a mí con setenta años y que del modo más cariñoso me siguen llamando Manolito; todos los niños en Frades hemos tenido una infancia similar, corriendo por las calles del pueblo a la salida de la escuela, sí, a la que tú fuiste con D. Claudio y yo y algunas generaciones más con su hijo D. Paco. Me imagino las regañinas que tu madre te daría cuando te viera, imitando a tu padre, subido en las piedras que hay junto a tu casa y que la mayor parte, por no decir todos, los niños del pueblo nos hemos subido en más de una ocasión. Desgraciadamente ya hace unos años que la escuela permanece muda porque en Frades no hay niños para que asistan a ella.
Mi vida en cierto modo se asemeja a la tuya. Tú, por consejo del mencionado D. Claudio, te fuiste a Salamanca para realizar los estudios de Magisterio. Yo por consejo de su hijo D. Paco también, con doce años, abandoné Frades para iniciar mis estudios y después, siguiendo tus pasos, para hacerme maestro y dedicarme a la nobilísima tarea de la educación de los niños. Y a mis alumnos les hablaba de ti, de tu amor por aquel niño que “tan solo pasaba las noches”… de la cabrerilla de Casablanca, de la pulida paverilla, de tu amor por el campo y la naturaleza… ¡de tantas cosas! Y es que ¡es tan amplia tu pedagogía!
La historia ha sido bastante injusta contigo, sobre todo en las últimas décadas pasando casi desapercibido y es que con tu temprana muerte, tu prolífica obra, allá por ciento cincuenta poemas, solo está al alcance de mentes privilegiadas como la tuya.
En 2005, el año del centenario de tu muerte, desde mi cole de Salamanca vinimos con un grupito de alumnos y visitamos tu casa, la escuela ala que ambos fuimos y en tu honor recitamos algunos de tus poemas ante la estatua que tienes erigida en la plaza de nuestro amado pueblo. Con bastante nostalgia, hace cuatro años, a los nueve niños que durante las vacaciones de verano había en el pueblo quisimos que te conocieran un poquito más de cerca y en las dependencias de tu casa organizamos algunos talleres encaminados a practicar aquellos juegos a los que tú y yo y muchas generaciones habíamos jugado, claro, totalmente desconocidos para ellos, y jugamos a la calva, a los calderones, a los hoyos y corrimos con los aros y la chirumba, ¡ay la chirumba!, hasta algunos padres les resultaba desconocida, te puedo asegurar que no así para los abuelos.
Hoy desgraciadamente todo eso se ha perdido. Frades es ahora un pueblo yermo, vaciado que dicen ahora, muerto…
Te dejo, no sin antes pedirte disculpas por mi osadía y es que rememorando algunos de los parajes que tu describes en tus poemas me he atrevido contarte en verso la situación actual de tu: “Mi patria es la aldeíta donde he nacido”…
Un afectuoso saludo de tu admirador Manolo, o Manolito, como quieras.
P.D.: en las dos reuniones que hemos mantenido en Plasencia, también allí y en Guijo, tu Guijo, preparan actos en tu honor, como te digo, allí he conocido a tu biznieta Mónica, persona afable donde las haya.
Mi Frades vaciado
Rimar en tierra de vates
es tremenda osadía,
perdóname Galán
mi lengua de charlatán,
discúlpame Josemaría.
Yo trovador no soy,
ni serlo tampoco pretendo;
soy un triste ciudadano
que en su niñez sintió
el fuerte latir de su amado pueblo.
Pero ese latir se apaga,
ese latir se ahoga,
ese latir es lento.
Es tan hondo el dolor
que anega mis sentimientos,
que solo quiero llorar
al ver mi pueblo desierto,
vaciado,
muerto.
Por ti mi Frades querido
que te escondes entre encinares
y huyes cual león herido
del ruido de la ciudad,
de la bravura de los mares.
A cualesquiera que a ti llegan
tú les bridas tu amistad,
te miran, te observan y no se quedan
¿Por qué será?.
Esto es lo que de mis recuerdos queda,
recuerdos de mi niñez,
recuerdos de mi querido pueblo.
¿Qué fue de aquella algarabía
de los chiquillos en las calles retozando
lo mismo en invierno que en verano?.
Ya no existe aquella alegría
en las calles yermas,
en las calles muertas y vacías.
Ya no veo al cura, al maestro y al secretario
que a pasear iban cada tarde
hablando del tiempo un rato,
porque de algún otro tema
bien pudiera ser delito o pecado,
o ambas cosas a la vez,
que como inquisidores ya estaban
la iglesia y el estado.
¿Qué fue de aquellas viejas beatas
de misa y rosario diario?.
Aquellas cotorras de barrio,
aquellas lenguas a despecho
por las que tenías que haber hecho,
acabado y terminado
lo que aún no habías empezado.
Ya no veo a las cabritillas
camino de Peñalniño
a la guarda del cabrero.
¿Dónde fueron sus cencerrillas,
que ya no oigo su alegre tintineo?
Ya no escucho el restallar de la honda
del aguerrido vaquero
abrevando las reses
en la charca del Humilladero.
¿Qué fue del gruñido
de la piara de cerdos,
que al mando del rapaz
les vareaba las bellotas
para ponerlos bien gruesos?
Ya no huele a trigo
la panera del abuelo.
El horno de la abuela,
en el que quemaba sus sudores,
tampoco huele a pan cocido.
Ya no ara ni canta
el curtido labrador
agarrado a su aguijada y su mancera.
Ya no hay consejo del viejo
porque no hay mieses en la era.
Ni la espigadora, ni la pulida paverilla
podrán en los rastrojos
lucir sus lindos sombreros.
¡Bien descansado andará
el holgazán de tu Coral!,
por no quedar no quedan,
ni perdices en el Carrascal,
ni liebres en Fuentevaquera,
ni conejos en el Prado Verdinal.
Solo persistes tú,
mi histórico Alagón, Alavón, Arragón
posiblemente llamado
y en tu labor ya longevo;
porque allá donde tú naces,
hace más de dos milenios
arrullaste la cuna
de nuestros primeros ancestros.
Tú, que cual cordón umbilical,
desde Frades hasta Guijo
te llevaste a Galán
para que allí lo hicieran su hijo.
Más, ¡Ay Alagón querido!
tú, que te llevaste mis lágrimas,
mis lágrimas de niño pequeño,
para después de mi último aliento
solo dos cosas pedirte quiero:
Llévate al mar mis cenizas,
llévate a la mar mis recuerdos y mis sueños.
M. Martín